Arquitectura
Aunque el crecimiento urbano de Torremolinos –sin duda caracterizado durante mucho tiempo por el desorden y la especulación- ha sido cuestionado en bloque, en la actualidad un análisis más sosegado nos permite apreciar que no todo en este desarrollo urbano fue negativo. Y no solo nos referimos a ese período ya conocido como “estilo del relax” que en los años cincuenta y primeros sesenta adaptó el Movimiento Moderno y la herencia post-decó a la amabilidad de la costa con magníficos edificios como el innovador Colegio de Huérfanos de Ferroviarios (Alonso Martos, 1936), el bazar Aladino (Fernando Morilla, 1953), el hotel Pez Espada (Juan Jáuregui Briales y Manuel Muñoz Monasterio, 1959) y otros ya desaparecidos. Sino a muchos de los edificios y urbanizaciones posteriores, sujetos a las demandas de los promotores y el mercado, pero valiéndose de una arquitectura avanzada e interesante que los redime frente a la deliberada vulgaridad de los edificios que ahora proliferan en tantos municipios españoles.
Podemos dividir la arquitectura de Torremolinos en dos bloques. El primero es el de aquellos edificios residenciales anteriores al boom turístico: villas de recreo de los años veinte y treinta del pasado siglo, como la casa de los Navajas (Daniel Rubio, 1925), la casa de María Barrabino, Santa Teresa, Huerta del Rincón, y muchas otras demolidas como San Antonio. A los que se sumarían aquellos primeros hoteles que imitaban la arquitectura tradicional andaluza, como el parador de Montemar (José González Edo, 1945); la mayoría hoy desaparecidos o muy transformados. El arquitecto Luis Gutiérrez Soto construyó además dos bungalows en La Carihuela, Malibú para la familia Sonchen, y El Arrecife para la familia Ynzenga Byrd.
Una segunda etapa, propiciada por el desarrollo turístico fue de una arquitectura innovadora, que acabaría desembocando en los altos edificios del desarrollismo. Los hoteles son quizás las construcciones mejor conservadas, al menos sus fachadas, y en ellos se aprecia el estilo internacional que caracterizó a Torremolinos. Los edificios de viviendas, por el contrario, padecen la colocación de cierres de aluminio, tendederos y otros antiestéticos añadidos exteriores. Se hace imprescindible otorgar un grado de protección a las construcciones más destacadas, aprobando unas normas estilísticas obligatorias para toda actuación y reforma en sus fachadas, uniformar los cierres de sus terrazas y recuperar la imagen original de sus locales. Como ejemplo, el excelente conjunto La Nogalera (Antonio Lamela Martínez, 1963), que debería ser el paradigma del lujo en pleno centro de Torremolinos y muestra hoy un aspecto deteriorado.
Otras edificaciones que deben incluirse en una puesta en valor de la arquitectura de Torremolinos son el conjunto Carihuela Palace (Manuel Jaen, 1960). La urbanización La Cascada, del arquitecto sueco Hemnes Klingsbo. El conjunto Eurosol (Rafael de la Hoz y Gerardo Olivares, 1963) que conserva magníficos jardines. La impactante urbanización Playamar (Antonio Lamela, 1963) cuya construcción fue polémica por la altura de sus torres. El hotel Cervantes (Fernando Rodríguez y Ricardo Álvarez de Toledo, 1970). Las Tres Torres o Conjunto Los Manantiales (Luis Alfonso Pagán, 1971), en ellas es preciso frenar el progresivo deterioro de sus balcones y de sus elementos decorativos originarios basados en formas circulares. El edificio Castillo de Santa Clara (José Mª Santos Rein, 1971). La urbanización Pueblo Blanco (Antonio Valero Navarrete, 1972) que actualizó la arquitectura popular cuidando al máximo los detalles. El edificio El Remo (Juan Dorao Orduña). Sin olvidar la arquitectura pública con su mejor ejemplo en el Palacio de Congresos y Exposiciones (Rafael de la Hoz y Gerardo Olivares, 1967) con su entorno amenazado por la especulación.